Hace poco, Eugenio comentaba en esta entrada: “¿Compartirías habitación con un sidoso?” que el SIDA es una enfermedad que ha evolucionado de ser mortal a crónica, y que han cambiado muchas cosas respecto a él, ya que en los años 90 se pensaba que sólo lo transmitían los homosexuales y los toxicómanos. Yo criticaba el hecho de que hay muchas campañitas de “Póntelo, pónselo”, pero no he visto aún ninguna campaña que se dedique a informar de verdad, a quitar miedos y despejar dudas. “¿Me puedo contagiar por besarle? Si quiero quedarme embarazada y uno de los dos tiene SIDA, ¿qué podemos hacer? ¿Me puedo contagiar por compartir cuarto de baño? Anda, por error he bebido de su vaso, ¿me puedo contagiar?”. No defiendo que se actúe con despreocupación ni que se piense ” a mí no me va a tocar, no me voy a contagiar”, pero sí defiendo la información, saber exactamente lo que puede pasar, cómo protegerse sin caer en la histeria ni el pánico.
Ahora que viene el verano, os recomiendo un cómic maravilloso: Píldoras azules, de Frederik Peeters. Copio un fragmento de la reseña que hizo Carlos Romá en Karavana:
En esencia, Píldoras azules es la historia de amor entre un joven dibujante de tebeos y una mujer afectada por el virus de inmunodeficiencia adquirida, como su hijo de tres años. Peeters relata cómo vive en ello y con ello, su relación con la mujer, con el niño, con un médico que comparte su sentido de la humanidad con las máximas de Hipócrates…
¿Por qué recomiendo este cómic?
Porque es sencillo y ameno de leer.
Porque muestra la vida cotidiana de una persona con SIDA, sus miedos, sus incertidumbres, las reacciones de quienes le rodean, cómo son las consultas con el médico, qué es lo que les pasa por la cabeza en determinadas situaciones.
Porque me parece una buena forma de divulgar ciertos aspectos de esta enfermedad, de hacer que quien lea esa historia se plantee muchas cosas, entre ellas su actitud frente al SIDA y quienes lo padecen.
Porque aún quedan muchos tabúes y mucha desinformación, miedos y actitudes de marginación. Recuerdo que hace unos años fui voluntaria en una ludoteca en la planta de Pediatría de un hospital. Allí atendíamos a los niños para que jugaran, se relajaran, se divirtieran con otros y no se agobiaran en sus habitaciones. Recuerdo que un día vino una niña con SIDA, con bastante mal aspecto. A mi compañero no se le ocurrió otra cosa que ponerla en otra mesa, apartada del resto de niños, y por supuesto no quería acercarse a ella. Sin comentarios.
Porque el subtítulo que mejor le va a este cómic es “El amor en los tiempos del SIDA”, así de claro.
¿Alguien lo ha leído y quiere dejar su opinión?
La Medicina está en todas partes, hasta en los cómics…