Siglo XV. María, abuela del pequeño Andrés, le da un beso en la frente. Se le cambia la cara , “este niño está salado…”. Se lo lleva mientras la madre llora. “Ay, de aquel niño que al ser besado en la frente sabe salado. Él está embrujado y pronto debe morir” (dicho irlandés).

Siglo XXI. María la pediatra coge al bebé. Catorce meses, manitas sonrosadas, unos mofletes como los de la mamá. La madre precisamente está algo agobiada, en la familia de su marido y en la suya hay algunos casos de fibrosis quística. Haciendo caso a su abuela le ha dado muchos besos a su hijo intentando descubrir algún rastro de sabor salado, obsesionándose con el tema. Además, se pone de los nervios cuando el crío tiene diarrea o sufre algún cólico o se resfría.

La fibrosis quística es una enfermedad que se transmite genéticamente con patrón autosómico recesivo, lo que quiere decir que si ambos padres tienen ese gen (aunque no lo manifiesten), el niño puede nacer con esa enfermedad por haber heredado el gen defectuoso de papá y el de mamá, quienes no presentan síntomas.En el caso que cuento, tanto la madre como el padre podrían ser portadores del gen “culpable” de la fibrosis quística, por lo que es bastante comprensible el miedo de la madre.

Lo que más llama la atención en un niño con fibrosis quística es su sabor salado al darle un beso, lo que se debe a que hay un fallo en la membrana de las células que hace que las secreciones del cuerpo sean más espesas y que al besar al niño notemos un sabor bastante salado por su alto contenido en sodio y cloro. Los órganos más afectados son los pulmones, el hígado y el páncreas, con moco bastante espeso que facilita la insuficiencia respiratoria, infecciones pulmonares crónicas, síndrome de malabsorción por la dificultad que tiene el páncreas para segregar diversas enzimas que ayudan a descomponer las proteínas y facilitar su absorción, esteatosis hepática (hígado graso), etc. Para la mayor parte de estos pacientes quizá el factor determinante de la calidad de vida y la supervivencia que van a tener depende del estado de sus pulmones, dada su propensión a tener problemas respiratorios y continuas sobreinfecciones.

¿Se puede detectar pronto?Hasta ahora se había usado el test del sudor, en el que se estimulaba la sudoración del paciente, se recogía ese sudor y se medía la concentración de cloruro, estableciéndose el diagnóstico a partir de una cierta cantidad. Este método plantea algunos problemas, como la dificultad para conseguir que un bebé sude. En la actualidad se usan también otras pruebas, como la medición de la cantidad de grasa en heces ( si está aumentada eso indica que hay un síndrome de malabsorción), la medición de tripsinógeno inmunorreactivo en sangre (un aumento de esa enzima apoya el diagnóstico de fibrosis quística) y el estudio genético, principalmente, siendo necesario realizar una batería de pruebas antes de dar el diagnóstico definitivo.

Para saber más:

Historia de la fibrosis quística.

Prueba del sudor.

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El otro día comentaba Sergio L. Palacio en Twitter que su niña se había atragantado con un caramelo. Afortunadamente mantuvo la calma y consiguió que lo expulsara, con el consiguiente susto post-traumático. Tras ese episodio me escribió Dani, de “Ese punto azul pálido“, comentándome que sería buena idea hablar de la famosa maniobra de Heimlich, que bien aplicada evita que los atragantamientos terminen mal.

Una imagen o un vídeo valen más que mil palabras, así que el artículo de hoy es bastante “visual”:

Tanto en bebés de más de un año como en niños pequeños, lo primero es comprobar si lo que se ha tragado es visible y extraíble con el dedo en gancho. El ejemplo más clásico es el de la loncha de jamón, yo he visto cómo mi padre le ha sacado en 3 ocasiones a mi hermano lonchitas de jamón cuando era crío, el pobrecito masticaba un poco trozos más grandes de la cuenta y los intentaba tragar…

Nos sentamos, ponemos al bebé como una panterita en la rama de un árbol y le damos cinco palmadas como se explica en la fotografía sin pasarse, claro, una cosa es darle con firmeza y otra descoyuntarlo. Se deben dar hacia delante y vigilar la expulsión del trozo de comida que se haya quedado atascado.

Cuando levanta dos palmos por encima del suelo es más difícil sostenerlos como en la foto anterior, por lo que se pasa a la maniobra del puño en el abdomen. La idea, como se ve en esta foto y en la siguiente, es colocar el puño con el pulgar mirando hacia el ombligo, justo por encima de éste como se ve en la fotografía, y presionar con firmeza hacia adentro y arriba, creando presión para que salga el objeto disparado.

Tal como se hace con un niño se hace con un adulto, tomando la precaución de adelantar una pierna y poner el pie entre los suyos, para que en caso de que la persona se “maree” del esfuerzo lo podamos sostener mejor. Hacemos la maniobra sin pasarse, repito, hay que ser firmes pero no dejarles las costillas como una carioca.

¿Y qué pasa si nos pilla solos y no tenemos a nadie que nos dé el abracito? Fijaos en la siguiente fotografía:

Y si no tenéis suficiente con estas imágenes, os dejo con un interesante vídeo que he encontrado en Youtube, donde se ve “en 3D” todo lo explicado más arriba.

Nota: añado este vídeo para explicar qué hacer en caso de que la atragantada sea una embarazada y añado el comentario de El Teleoperador: “Si la víctima tose (en este caso, llora) o respira aunque sea con dificultad es que sólo está obstruido parcialmente, así que no se debe hacer la maniobra Heimlich porque igual ayudamos a atascarle del todo.”

Dedicado con cariño a Sergio L. Palacios. Ojalá nunca, nunca, tengas que poner en práctica estos consejos.

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Cuando eres primerizo tienes dos opciones: escuchar la voz de la sabiduría y la experiencia, o lanzarte al ensayo-error. Si aplicamos esto al primer hijo, hay que incluir otra opción: tener paciencia y sentido crítico frente a los “consejos” espontáneos de familiares y amigos, ya que cada maestrillo tiene su librillo y todo el mundo te dará su “receta” para criar bien a tu retoño.

Una cuestión que se oye en la consulta de Pediatría con frecuenc ia es “Doctó, ¿le doy o no le doy el “pipo” al niño? Mire que le estoy dando la teta y me han dicho que si se lo pongo el niño no chupará luego bien y se me cortará la leche antes“. Además, si los padres primerizos investigan por Internet, se hacen un lío al encontrar páginas a favor y en contra. Entre las que están en contra, se pueden leer afirmaciones como ésta: “ El patrón de succión del chupete es diferente al de la succión del pezón, de modo que el uso del chupete puede dificultar la adquisición de la técnica para la lactancia materna. Por otro lado, el niño que satisface parte de sus necesidades de succión con métodos no nutritivos estimula durante menos tiempo el pezón materno, y con esto, disminuye la producción de leche, y el niño está más hambriento e irritable, lo que obliga a los padres a introducir la lactancia artificial. Por este motivo, se recomienda no iniciar el uso del chupete antes de los 15 días de vida, o hasta que la lactancia materna esté bien establecida.“Ajam.

¿Qué dicen los pediatras y los científicos? Si nos apoyamos en la Medicina Basada en la Evidencia, en este caso la Pediatría Basada en la Evidencia, podemos ver que no hay relación entre el uso del chupete y el menor tiempo de lactancia. ¿Y por qué? Cristóbal Buñuel lo cuenta muy bien en este artículo, donde explica que lo primero para llegar a este tipo de conclusiones es comprobar de qué manera se han realizado las investigaciones para sostener una opinión, evitando sesgos como que en una revista sólo se publiquen los resultados positivos, sólo se miren los artículos publicados en revistas anglosajonas y posteriormente tenemos que ver si las evidencias aportadas son suficientes para apoyar algo. Y sí, las pruebas que se dan son lo suficientemente buenas para sostener en la actualidad que usar chupete no hace que un niño chupetee peor, lo que conlleve a una estimulación insuficiente del pezón y la retirada precoz de la leche. Además, hay evidencias de que usar el chupete al dormir reduce el riesgo de sufrir el síndrome de la muerte súbita del lactante.

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