Lo único chistoso de este post es el título. Porque lo que voy a contar es bastante serio.
En mayo de 2011 escribí este post titulado “Carta abierta a los padres antivacunas“. Recuerdo que lo escribí en un saliente de guardia, llena de mala leche y que contaba cosas como:
Ha llovido bastante desde que en 1998 Andrew Wakefield presentara una serie de casos con el pomposo título “Ileal-lymphoid-nodular hyperplasia, non-specific colitis, and pervasive developmental disorder in children” , lanzando una osada hipótesis que posteriormente fue tomada como una gran verdad por ciertos grupos: que había cierta conexión entre la vacuna triple vírica y el autismo.
El sarampión es una enfermedad contagiosa causada por un virus que se propaga fácilmente por contacto con gotitas de saliva expulsadas mediante tos o estornudo por la persona infectada. Tras un periodo de incubación en torno a los 10 días, el paciente muestra fiebre alta, tos, ojos rojos, lagrimeo constante y secreciones nasales acuosas (rinorrea). Posteriormente aparecen en la boca unas manchas blancas como si se hubiera salpicado de azúcar y un exantema que empieza en la cabeza y se extiende al resto del cuerpo.
Tal como refleja la OMS,
El sarampión es una de las principales causas de muerte en niños pequeños, a pesar de existir una vacuna eficaz para prevenirlo.
En 2013 hubo 145 700 muertes por sarampión en todo el mundo, es decir, cerca de 400 por día y 16 por hora.
Se estima que entre 2000 y 2013, la vacuna contra el sarampión evitó 15,6 millones de muertes, lo que la convierte en una de las mejores inversiones en salud pública.
En 2011 yo era Médico Interno Residente en Sevilla y me tocó de cerca la epidemia de sarampión. El brote comenzó en una comunidad con muchos niños sin vacunar y afectó a más de 1.000 personas. Se dice pronto, sí, pero cuando eres médico de guardia en Urgencias y te llega un caso tras otro, cuando sabes que el sarampión es la enfermedad infecciosa más contagiosa, cuando ves los casos que se complican, que hay gente que sufre las secuelas y todo por no vacunarse…te entran los siete males.
Entonces, el argumento que más oía y leía era el de la asociación de la vacuna triple vírica (que incluía el sarampión) con el autismo, relación que no se consiguió demostrar. Quien lanzó esa teoría, Andrew Wakefield, vio cómo la revista The Lancet se retractaba por completo en 2010 al no haberse conseguido replicar su estudio y observar numerosos sesgos en sus estudios, además de conflictos de interés ( estar implicado en una patente relativa a una nueva vacuna sobre el sarampión es una mijita sospechoso, ¿no?).
Posteriormente he conocido otros argumentos contra la vacunación. Reconozco que fallo en mis intentos de ponerme en el lugar de quienes lanzan esos argumentos, que me cuesta entender que no contrasten información ni consulten con sanitarios o biólogos que les puedan sacar de dudas. Me cuesta.
1. “Las vacunas se asocian a daños cerebrales por sus excipientes”.
Lo explica muy bien Maria José Mas en su blog Neuronas en crecimiento,
“Muchas epilepsias, y epilepsias con grave deterioro mental, aparecen durante los 2-3 primeros años de vida […] La mala ciencia establece una causa(lidad) donde solo hay casualidad […]
La casualidad consiste en que los 3 primeros años de vida son los de mayor crecimiento del cerebro y es cuando se ponen la mayoría de vacunas.
Durante los 3 primeros años de su vida, el niño adquiere las habilidades básicas necesarias para su autonomía: controlar la postura y caminar, hablar y comunicarse, evitar hacerse caca y pis encima…”
No, no se ha demostrado que los excipientes que acompañan a las vacunas sean los “culpables” de los fallos en en neurodesarrollo infantil, no ha demostrado causa, habiendo sólo casualidad. Las vacunas son productos delicados que pasan por numerosas pruebas y controles de calidad para asegurar que sean productos que produzcan un beneficio minimizando cualquier efecto perjudicial.
2. “Son muchas vacunas para un niño en muy poco tiempo, eso es una sobrecarga para su sistema inmune”.
Cuando un niño nace, por su sangre corren dos tipos de inmunoglobulinas, las de tipo M que son gigantes y empezó a sintetizar el feto en el 7º mes de embarazo y las de tipo G que le transmitió su madre a través de la placenta, más pequeñitas y efectivas. Las de tipo G unas defensas que le duran unos 6 meses aproximadamente, mientras su organismo va fabricando las suyas propias como “tropas de defensa”. Para ello, cada vez que un virus o una bacteria se le acerca el organismo aprende a reconocerlo, combatirlo y a fabricar las inmunoglobulinas correspondientes para determinados microorganismos. Las vacunas contienen proteínas viruses o bacterias o estos mismos microorganismos muertos o atenuados, con el fin de “enseñárselos” al sistema inmune para que sepa quiénes son y saber protegerse. Es preferible eso a que llegue el microorganismo de verdad, con toda su virulencia.
La realidad es ésta: el bebé, a menos que lo aislemos en una burbuja, tiene su sistema inmune expuesto constantemente a esos estímulos, así que las vacunas no están sobrecargándole sino aliviándole mucho la carga.
3. “Estoy en mi derecho de no vacunarme o no vacunar a tus hijos”.
Claro. Y cuando te cruces con una pareja preocupada porque su hijo no ha podido vacunarse por una inmunodeficiencia, por ejemplo , se lo explicarás con una sonrisa, ¿verdad? Si tu hijo coge el sarampión, se cruza con el suyo mientras está en la fase pre-sintomática (hasta 4 días antes de que aparezca el sarpullido), fallará la inmunidad de grupo (protección de una comunidad de individuos frente a una enfermedad contagiosa debido al alto porcentaje de individuos inmunes a esa enfermedad) y tendrá un bonito problema. Pero es tu derecho. Y, como explican en este artículo,
Part of the problem, according to Dr Elizabeth Edwards, professor of pediatrics and director of the Vanderbilt Vaccine Research Program, is just that: vaccination is understood by many as an individual choice, when science makes clear that the choice – to vaccinate or not to vaccinate – can affect an entire community.
Si te vacunas o vacunas a tus hijos no sólo os estáis protegiendo, sino que protegéis a la comunidad entera, incluido a los que por diversas causas quieren pero no pueden vacunarse en ese momento, ya que dificultáis enormemente la difusión del virus o la bacteria, no enfermáis ni sois portadores de la enfermedad, cortáis de cuajo la cadena de transmisión.
4. “Prefiero que mi hijo adquiera las defensas de forma natural”.
Las vacunas salvan vidas. No nos cansaremos de decirlo. No es lo mismo que un niño se enfrente a un virus o una bacteria en todo su esplendor, pudiéndole dejar con secuelas o, peor, matarlo, que tener el sistema inmune listo para combatirlo gracias a haber tenido un contacto previo con una vacuna de microorganismo muerto, atenuado o una parte de él. Las defensas que adquiere el niño SON LAS MISMAS, la respuesta es siempre la misma: el organismo detecta algo extraño, reconoce lo que es, intenta eliminarlo y se queda con la copla de lo que es para la próxima vez.
5. “Pero si el sarampión es algo del pasado, ya casi no se ve ningún caso”.
Esto es debido a que hay una alta tasa de vacunación (por ahora…crucemos dedos), lo que facilita que no se detecten tantos casos porque los individuos no enferman ni transmiten la infección. Es lo que se conoce como inmunidad de grupo, los individuos vacunados no enferman ni son portadores de la enfermedad. Mira en este gráfico tan cuqui cómo se expande el sarampión en comunidades con gente vacunada y gente sin vacunar. Observa lo que ha pasado en los Estados Juntitos, donde tienen ahora mismo un problema de Salud Pública con el sarampión, que se creía bastante controlado.
La inmunidad de grupo falla cuando disminuye la tasa de individuos vacunados y, lo que es peor, si el porcentaje es lo suficientemente bajo para causar un brote epidemiológico puede llegar a afectar a personas vacunadas porque el virus mute y la vacuna no sea del todo efectiva frente a esa mutación. Vacunarse no es sólo un acto de amor propio, sino de generosidad con el resto.
6.” No es para tanto, de chicos pasábamos el sarampión y no pasaba nada”.
Tal como cuentan en “Vacunas contra la insensatez“,
¿Por qué un padre no vacunaría a sus hijos? La primera razón es el total desconocimiento del efecto de las enfermedades. La gran mayoría de los que se oponen a la vacunación no conoce los síntomas de la Poliomielitis, el Sarampión, el Tétanos o la Tos Ferina.
Basta poner en Google “Sarampión” para ver numerosas fotos de niños afectados. Creo que las imágenes que salen son las más bonitas, las personas que están en un hospital, con toda la sintomatología, llegan a asustar. Y para qué hablar de las neumonías o la afectación neurológica por el virus del sarampión.
A estas horas, cuando estoy a punto de darle al botón “Publicar”, me entero de que ha muerto un niño en Alemania por sarampión.
Me quedo sin palabras.
La famosa “conspiranoia” de siempre. Ya lo dijo Homer SImpson, la vacuna de la gripe la ha creado el gobierno para controlarnos.
Por más que los profesionales hablemos de las vacunas, siempre habrá gente en contra y que no nos haga caso. A veces por simple efecto “isla” (si doscientos niños están vacunados y uno no, es improbable que ese uno pille la enfermedad si no se mueve de ese ambiente) se evitan infecciones, aunque en casos de epidemias como la última sabemos de sobra las consecuencias.
Pero los seres humanos somos así. Nos creemos a veces “más guays” que nadie (“no vacuno a mi hijo porque es mi derecho”), hasta que vienen las consecuencias. Y nadie quiere asumir las consecuencias.
Hay mucha desinformación. En eso quizá fallamos mucho, no sabemos vendernos tan bien como los conspiranoicos ni los amigos de las falacias naturalistas
Gracias por el post, desgraciadamente hay que repetirlo una y otra vez.
Os cuento mi caso personal: cuando me quedé embarazada me hicieron pruebas de inmunidad contra la rubeola. No estaba inmunizada (supongo que en mis tiempos no se ponía esa vacuna, o no me pusieron el recuerdo) y embarazada no me podía vacunar, porque al ser una vacuna de virus vivos (corrígeme si me equivoco), podría tener el mismo efecto (aborto, malformaciones etc) que la propia enfermedad.
Trabajo en un colegio, así que me pasé dos meses acojonada pensando si habría algún niño enfermo y cagándome en todos los antivacunas. Por otras circunstancias, tuve un aborto y lo primero que hice, en previsión de volverme a quedar embarazada, fue correr a vacunarme.
Esa es la importancia de la inmunidad de grupo.
Respecto al punto 4, “prefiero que mi hijo adquiera las defensas de forma natural”, creo que es uno de los más peligrosos; es el argumento que esgrimen muchos neohippis, o veterohippis, y creo que es peligroso porque parte de una media verdad: el contacto con la suciedad, los animales y demás, fortalece el sistema inmunitario, mientras que un ambiente demasiado higiénico puede ser contraproducente y favorecer alergias y otras cosas. Supongo que hay infecciones de poca monta y los críos pueden y deben efectivamente estar en contacto con esos virus o bacterias para poder desarrollar los anticuerpos; el precio será estar un par de días con mocos o lo que sea. Pero sarampión, tosferina, etc son demasiado virulentos y si no se vacunan, la enfermedad en sí, las secuelas y la mortalidad que provoca son demasiado fuertes.
Para este tipo de padres habría que desarrollar estos argumentos: “inmunidad natural sí, pero no con todas las enfermedades, cenutrios”.
Igual que a un recién nacido no le das un chuletón o un vaso de vino, por muy bueno o por inocuo que sea para un adulto.
De estos hay muchos, por desgracia; en Francia, donde vivo, conozco unos cuantos, y entre ellos mi ex-familia política, que se jactaban de no haber vacunado a sus hijos, y se enfadaron con su hija porque ella sí vacunó a los suyos. Para más inri, mi ex-suegra era enfermera.
Lo siento por el rollo, pero es que es un tema que me toca mucho la moral.
Muchas gracias por tu comentario, lo has dejado bien clarito Sí, la vacuna contra la rubeola no se puede poner en embarazadas (ni la del sarampión, las paperas o la varicela) por contener virus vivos atenuados. Hay casos en los que no se disponen de anticuerpos por no haber puesto la dosis de recuerdo, posiblemente fuera el tuyo.
¡Fantástica entrada!
“La responsabilidad es el precio de la libertad”, decía Elbert Hubbard.
Los que no vacunan son responsables del mal que causan…
Habría que convertirlo en un mantra “las vacunas salvan vidas”.
(y gracias por enlazarme )
No lo podías haber dicho mejor Gracias a ti por tu blog, es una buena fuente de información y de inspiración
Genial entrada!!
A mí es un tema que me pone de los nervios así que no sé si sería capaz de escribir con tranquilidad…
Primero porque aunque sean tus hijos, estás jugando con la salud de esa personita que la pobre no tiene la culpa de tu incompetencia. Y segundo porque todo lo que sea jugar con la salud pública me pone realmente de los nervios.
Y hay gente que estando vacunada no ha desarrollado la inmunidad correcta pero es un error que se subsana con la inmunidad rebaño… Bueno, pues un médico bastante joven de mi hospital con el que roté el año pasado, se pasó un ratazo de tiempo en la UCI (como paciente) por un sarampión pillado de un paciente no vacunado. Y al final se quedó en el barrio y no se fue al otro por los pelos.
Bendita la gracia…
Da coraje, sí …en aquel momento yo estaba bastante cabreada, tuve a una amiga (médico también) ingresada con sarampión y lo pasó bastante mal. Había recibido la vacuna de pequeña pero se ve que no había desarrollado la inmunidad necesaria…en fin. Recuerdo que entonces pensaba “la gente que no vacuna a sus hijos es imbécil”, pero con el paso del tiempo fui consciente de que uno, teóricamente, quiere lo mejor para sus hijos y muchas veces no es cuestión de ser cortitos de mente sino de mala información o escasez de ella. Los antivacunas y otros movimientos que abusan de la falacia naturalista se saben vender muy bien y saben difundir su mensaje, a la vista está.